Os dejo el relato con el que participé en el Teseo VII . En esta ocasión, la pregunta a responder era: ¿Cómo destruir un planeta? Esta vez quedé cuarta XD feliz feliz feliz
El mundo de Alfred
Son las doce de la noche, y si os asomáis a las ventanas de éste pequeño pueblo, podréis ver que todos los niños están durmiendo.
Todos menos uno. Si os fijáis, veréis que la luz de la habitación de Alfred continúa encendida.
Lleva días soñando despierto, y cuanto imagina lo escribe en esa libreta, sí, la de las anillas torcidas y peligrosamente desencajadas.
Escribe con un ímpetu impropio de los niños de su edad, pero alguien le dijo que ya no era un niño, que con nueve años era todo un hombrecito…
Él teme crecer, pero no ha habido suerte y parece ser que, ni Campanilla ni Peter Pan quieren ir a buscarle.
¿Qué pasará con los juegos de indios, con las casitas encantadas, con los monstruos verdes que cada noche vienen a buscarle para acompañarle al mundo de los sueños? ¿Los olvidará?
Tiene que escribirlo todo.
Ha creado un planeta para dar un hogar a sus fantasías.
Tiene forma de estrella fugaz. La cola la dibujan miles de cascadas flotantes y la corona la forman las tiendas de los indios.
En el Norte abundan los bosques, las selvas y los montes, moradas de duendes y hadas, de seres feéricos e insectos gigantes.
Al Sur veremos maravillosos desiertos y lúgubres senderos, allí viven las tribus oscuras, los dinosaurios de tres cabezas y los diplodocus alados.
Estos seres a menudo viajan de un lado a otro causando grandes alborotos, pero Alfred, el pequeño héroe, siempre sabe cómo solucionarlo todo, aunque a veces para ello tenga que matar al malo con su espada mágica.
Han pasado dos años y Alfred no está en casa.
Está nevando, hace mucho frío… su mamá entra en su cuarto con una bolsa de basura dispuesta a hacer limpieza.
A penas ojea la libreta y dice —tonterías— mientras la mete en la bolsa con otras cosa que según ella no son más que lastres.
¿No os parece que está refrescando? Ha llegado el atardecer, y ahora, lo interesante, acontece en el salón.
Papá y Mamá están junto a la chimenea mientras, el pequeño Alfred, hace los deberes en la mesa grande.
—Cariño, ¿puedes traer más leña?— oímos. Papá no responde, está leyendo el diario y eso le vuelve ajeno al mundo exterior.
Entonces mamá se pone en pié como si hubiera recordado algo, se dirige hacia la basura, aún sin tirar, y extrae un matojo de papeles, entre ellos, la libreta. Sin pensarlo lo arroja todo a las llamas.
Alfred alza un momento la mirada para ver el gesto, entonces repara en que su “mundo” está siendo devorado por las llamas. — ¡Mamá!— grita con lágrimas en los ojos mientras intenta recuperar su libreta.
Ella le sujeta mientras él, impotente, no puede dejar de mirar como los bosques son abrasados, de escuchar los chillidos de desesperación de los seres que habitaban su pequeño planeta. De ver morir lo que él ha creado.
Poco después, tan solo quedan cenizas.